Basta con cruzar la verja que separa a la ciudad de Trajano del pueblo de Santiponce para hacernos una idea de lo que allí un dia hubo. Basta con cerrar los ojos y dejar que una mágica máquina del riempo nos traslade a tiempos pretéritos para poder ver el majestuoso Anfiteatro, el mas grande de los construidos en Hispania, y el tercero en magnitud de todo el imperio romano.
Y lo veríamos ahí, frente a nuestros ojos, cual augusto coliseo, que tuvo capacidad en su día para 25.000 espectadores. Se celebraban en él los grandes espectáculos de sangre; luchas de gladiadores a muerte, enfrentamientos reales para representar guerras bélicas, y en el caso de Itálica incluso la representación de batallas navales en su foso central.
Si abrimos los ojos, y volvemos al s XXI, podremos ver sus ruinas, tantas y tantas veces maltratadas por el paso de los siglos. Y podremos contemplar, sobrecogidos, la grandiosidad que aún posee, pese a lo poco de él que el tiempo nos ha legado.
Sus piedras, utilizadas ya desde la época Árabe, yacen hoy como base de la que es símbolo y emblema de Sevilla, el alminar de la antigua mezquita árabe, hoy campanario de la Catedral. La universalmente conocida Giralda.
Sus cimientos se hunden 15 metros bajo el subsuelo. Y hundidos en el, los sillares traidos de la ciudad de Itálica, como vestigios ocultos de la historia que los Romanos nos dejaron.
Vestigios ocultos como los que reposan en el lecho del Guadalquivir, los muros del Anfiteatro, que fueron destrozados en su totalidad para construir un dique que protegiera a los pueblos adyacentes y a la propia ciudad de Sevilla de las crecidas del río. Podría no haber quedado ni rastro del edificio en aquel entonces, pero la reciedumbre de sus muros lo salvaron de desaparecer por completo.
No sé si podríamos considerar expolio la destrucción del Anfiteatro de Itálica con fines meramente utilitarios. No se si, de poderse considerar expolio, el término alcanzaría a definir el patrimonio que perdimos, tan salvajemente destrozado, en años en los que el arte que había perdurado en pie durante siglos fuera borrado por la mano del hombre, arrébatandole al tiempo algo que ni él mismo y su fuerza fueron capaces de borrar aun hoy día, casi 2000 años después.
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